He pasado media vida contemplando los frutos que traen los
océanos. El sudor del marinero que se juega la vida en cada faena, los callos
en las manos del que aún tira “a pelo” las redes llenas de hambre y vacías de
pan. El hambre de las mujeres y niños que aguardan en el puerto, sin saber si
volverán. En la mano (por si acaso) un pañuelo de trapo. Cada madrugada a la
misma hora los portales abren, la angustia y preocupación salen a la calle en
busca de rostros familiares, en busca de la respuesta.
Que no les haya tragado
el mar.